apagado,
cercenado,
embotado,
desolado,
agobiado,
pesado,
dilatado,
abatido.
Hoy ha partido para siempre Fernando Peña. Un grande para muchos, un pelotudo para otros tantos. Pero ni grande ni pelotudo, un ser especial, con todas sus controversias y escándalos. Un tipo que siempre dijo lo que quiso e hizo lo que sintió. Qué grande es eso. Cuántos de nosotros posee semejante fortaleza, pocos seguramente.
Su incontinencia verbal y actuante pudo haber sido en determinados momentos, errada; pero no por eso menos verdadera.
Fernando Peña era capaz de decirle a “su público”, aquel público que pagó la entrada para ver su show, que eran unos hijos de puta. Así nomás. O quedarse desnudo frente a una decena de periodistas, sólo por mostrar su esencia. Acto que muchos consideraron obsceno y denigrante, pero que muchos otros aplaudieron. Así de controversial era. Así de entrañable será.
Hoy se apagó una voz, una mente brillante y un renegado de la miseria humana.
Pasos perdidos entre callejuelas vacías
que doblan, se estrechan, se ocultan.
Caminar errante sobre el velo silencioso
de una soledad que siempre acecha.
Pasos que se evaden, que se apresuran,
pero que permanecen empantanados
casi siempre en un mismo lugar.
Hoy tengo ganas de salir a caminar mi soledad y pensar, pensarte. Deambular entre calles y senderos y escabullirme sólo con tu recuerdo.
Hoy tengo ganas de andar y extrañarte. Perderme entre las sombras arboladas de algún parque, en el misterioso silencio de la noche.
Hoy tengo ganas de salir a buscarte y, sin querer y queriendo, encontrarte. Arrojarme a tus brazos una vez más, como siempre, y que el cielo nos llueva de envidia.