Caminar con el convencimiento de lo cierto,
sin claudicar ante reflejos utópicos.
Aprender el oficio de la supervivencia.
Andar y desandar ese mismo sendero,
una y otra vez, y otra vez más, siempre.
Sortear el profundo dolor de la desilusión.
Anestesiar de latidos las quimeras,
el despertar de la propia reinvención.
Perder la vida, para no morir.